viernes. 29.03.2024

Lo que me enseñaron los niños: una experiencia personal

Cuando empecé a trabajar con niños, (independientemente de que tenga un daño cerebral o alteraciones del neurodesarrollo) me costó bastante disfrutar de las sesiones de estimulación cognitiva con ellos, así como conseguir un equilibrio entre trabajar las funciones y que esto fuese motivador y divertido, manteniéndonos dentro de unos límites

Lo que me enseñaron los niños: una experiencia personal
Lo que me enseñaron los niños: una experiencia personal

Es muy común encontrarnos con niños que, al principio, están desmotivados, son algo desafiantes o retadores, te ponen a prueba, tienen un comportamiento inadecuado en algunos momentos, fallan a propósito para evitar hacer algo… y enfrentarse a esto es todo un reto.

Pese a que llevaba muchos años estudiando el cerebro, el neurodesarrollo, las alteraciones que pueden surgir a lo largo del mismo, cómo pueden manifestarse estas alteraciones o las técnicas para modificar la conducta, la práctica se quedaba tan lejos de la teoría que no conseguía tener todo el éxito que quería en el trabajo con ellos.

Como buena adulta, llevaba conmigo muchos conocimientos acerca de “lo adecuado y lo inadecuado”, de “lo que se debe hacer para…” y muchos modelos aprendidos acerca de la relación niño vs adulto (“a los adultos hay que hacerles caso”, “el niño me debe obedecer”, “el niño debe hacer las cosas como el adulto le está enseñando”, “para que me respeten no puedo dejar que el niño pase ciertos límites”, etc.).

Mi propio cerebro me estaba saboteando, pero también fue quien me dio la solución. Recuerdo que constantemente intentaba dos cosas en las sesiones con niños:

  1. Que hicieran/resolvieran las tareas “de la forma correcta”

Aquí me refiero a aspectos como utilizar “bien” el ratón cuando utilizábamos tareas digitales (darle al botón correcto al clicar y no a otro; cogerlo de forma adecuada), que siguiesen las pautas para resolver que les iba dando (pasos a seguir), etc.

  1. Ser muy disciplinada y estricta con las conductas inapropiadas para “mantener autoridad”.

Aquí me refiero a aspectos como que se mantuviesen sentados durante toda la sesión y además con buena postura, insistir en realizar una tarea que el niño saboteaba, si algún niño tiraba o rompía el material, destacar que eso era algo inadecuado y pedirle que lo recogiese (sobrecorrección restitutiva de las técnicas de modificación de conducta), utilizar el tiempo fuera, etc.

Todos y cada uno de estos aspectos son errores, errores del adulto. Utilizando estos conocimientos teóricos que tenía sobre cómo abordar comportamientos inadecuados o cómo “enseñar”, no estaba consiguiendo lo que quería en el trabajo con niños, que era mejorar sus funciones (atención, control de impulsos, memoria, etc.) y su conducta. Así que reflexionando, fui consciente de que la que tenía la capacidad/función de ser flexible a nivel cognitivo era yo como adulta, con un cerebro ya maduro. Por tanto, era yo la que tenía que cambiar o modificar mi conducta para conseguir que los niños llegasen al objetivo. Una vez entendí y puse en práctica esto, los resultados llegaron solos.

¿Qué más da que clique en el botón izquierdo o en la rueda del ratón si me está respondiendo adecuadamente a la tarea? ¿Qué más da que durante ciertos momentos en la sesión, el niño esté de pie si así mejora su atención y resuelve más eficazmente? ¿Qué más me da a mí ceder en determinados momentos?

No nos olvidemos que los niños (y también los adultos) actúan de cierta forma porque son las herramientas que tienen hasta el momento para enfrentarse a diferentes situaciones. Muchas veces, sabotear una tarea (hacerla mal a propósito para terminar; romper el material, enfadarse y tener un comportamiento disruptivo) no es más que la forma que tiene el niño de expresar frustración o un comportamiento aprendido (he aprendido que, a pesar del esfuerzo, fracaso en la realización de una tarea cada vez que me enfrento a ella, por tanto, trato de evitar hacerla). Muchas veces, el niño que se muestra retador ante un adulto, es un niño que se ha sentido juzgado, infravalorado o atacado (muchas veces por por propios adultos, siendo estos incluso no consciente de ello), por lo que sólo se está protegiendo.

Los que tenemos la capacidad de ser flexibles (cambiar nuestras ideas, pensamientos, conductas) y buscar una amplia variedad de soluciones ante una situación, somos los adultos. No seamos tan rígidos. Si algo de lo que está haciendo un niño nos está molestando o enfadando, preguntémonos antes el porqué. Si queremos que un niño aprenda y consiga determinados objetivos, busquemos como adultos la manera de que los alcance, da igual que no sea de la forma “adecuada”, porque ese concepto de lo “correcto/incorrecto” es aprendido según nuestra experiencia.

 

Cristina de la Fe

Neuropsicóloga

Psicóloga sanitaria

Lo que me enseñaron los niños: una experiencia personal