Reflexiones de Cuaresma en tiempos de COVID

Agustín Manrique de Lara, presidente de la Confederación Canaria de Empresarios y del Círculo de Empresarios de Gran Canaria

El 14 de marzo de 2020, un Real Decreto, el 463/2020, declaró el estado de alarma para la gestión de la situación de crisis sanitaria ocasionada por el COVID-19, del que sabíamos muy poco en esos momentos. Ese 14 de marzo todos recibimos la ceniza en nuestras frentes, asumiendo la fragilidad y caducidad de nuestras vidas, la necesidad de cambiar con una actitud humilde. Comenzamos una larga etapa de cuaresma de la que probablemente no éramos conscientes en ese momento

Del 15 de marzo al 21 de junio de 2020 estuvimos confinados, yo la recuerdo como una época de reflexión en la que las familias yo diría que tuvimos la oportunidad de conocernos mejor, nuestras fortalezas y nuestras debilidades… A partir de ahí hemos vivido escaladas y desescaladas, como si estuviésemos subidos en una montaña rusa, con épocas de euforia y otras de angustia. Pero sobre todo, hemos vivido, y seguimos viviendo, una etapa de incertidumbre intensa que nos ha impactado a todos de una u otra manera.

Este largo período de tiempo, ya casi un año, ha sido para el mundo empresarial y económico, como lo es la Cuaresma, una época de conversión:

a) Todos hemos sentido que se produce de forma acelerada una transformación en la sociedad, en la economía, en nuestros hábitos y la forma de relacionarnos.

b) Creo que debemos preguntarnos y reflexionar sobre esa transformación para conseguir que evolucionemos hacia una realidad mejor, aprovechando la inercia del cambio para evolucionar hacia unas relaciones más humanas, más sensibles.

He vivido una experiencia bonita que le ha dado sentido a mi responsabilidad de representar a los empresarios. Tengo que reconocer que me impactó con la claridad que muchos vieron desde los primeros días la gravedad del momento y como tendieron sus manos de forma desinteresada para colaborar con la sociedad, ofreciendo sus recursos: humanos, económicos, logísticos, y de todo tipo, para luchar contra una pandemia que llegaba para impactar en la actividad empresarial y en la vida familiar.

Me sorprendieron detalles de empresarios que en los primeros momentos de dudas sobre lo que se podía o no hacer, me llamaron para pedirme que comunicase a la Delegación del Gobierno que cesaban su actividad de forma voluntaria para no exponer a sus trabajadores al virus. Recuerdo especialmente a uno que me dijo: “Si yo estoy en mi casa con mi mujer y mis hijos para no contagiarnos, mis 1.500 trabajadores también se van a sus casas…”. Otros me pedían que recomendase como presidente de la patronal que todos aquellos que pudiesen permitírselo complementasen los ERTEs de sus trabajadores para que conservasen su poder adquisitivo y pudiesen seguir pagando sus casas, sus colegios, y sus necesidades básicas.

Un grupo de diez empresarios me pidió que los liderase y coordinase, para permanecer ellos en el anonimato, y que me pusiese a disposición del presidente del Gobierno canario para colaborar en los aprovisionamientos que necesitase de forma urgente el Servicio Canario de Salud: respiradores, mascarillas, guantes, equipos de protección integral, y lo que fuese necesario. Fue emocionante conseguir que aterrizasen en Gran Canaria y Tenerife aviones fletados de carga desde China cuando ninguna otra comunidad autónoma lo conseguía! Descubrimos pronto que la única forma de superar lo que se nos venía encima era uniendo esfuerzos, sumando recursos: públicos y privados. Y a esa tarea me entregué sintiéndome respaldado por las organizaciones empresariales y las empresas con las que nunca perdí la comunicación.

Ofrecimos apoyo incondicional al Gobierno de Canarias, al que se sumaron los sindicatos, y juntos fuimos atrayendo a todos los grupos políticos a ese consenso que se materializó en ese gran pacto por la recuperación social y económica de Canarias bajo el que todos seguimos trabajando.

La crisis nos hizo sentir vulnerables y nos regó a todos con buenas dosis de humildad, y todo ello hizo aflorar valores buenos, al menos eso percibí yo… vi solidaridad y no egoísmo, vi moderación y no radicalismos extremos… en los momentos más duros, en los de mayor incertidumbre, vi aflorar valores cristianos. Yo he vivido arrepentimiento y abandono de malos comportamientos pasados para migrar hacia un escenario más humano.

Pero creo que lo realmente importante es que juntemos fuerzas para consolidar esas buenas intenciones, para que consigamos reforzar las intenciones individuales para que nos lleven a un cambio de valores de la sociedad. La intensidad de la crisis que padecemos desde hace un año ha sido la mecha del cambio que ha ayudado a muchos empresarios a mejorar, ese ha sido uno de los aspectos positivos de este tiempo en el que la reflexión nos ha llevado a un camino más humano y solidario.

Una buena prueba de esto ha sido la reacción inicial, espontánea, que hemos vivido respecto al movimiento migratorio que ha traído ya casi 30.000 migrantes a nuestras costas. Mientras los administradores públicos estaban concentrados en combatir la pandemia y sus consecuencias, de forma silenciosa fueron llegando migrantes a Canarias, especialmente a la Isla de Gran Canaria, que pronto se vio desbordada por el número de personas que llegaron y la escasa respuesta, por no decir abandono, del Gobierno de España, al que le correspondía coordinar y gestionar los recursos para atender con dignidad a las personas que llegaban buscando una vida mejor.

A la limitada capacidad de las administraciones públicas Canarias se sumaron de forma rápida recursos privados, en este caso establecimientos alojativos turísticos que, al estar cerrados por la pandemia, ofrecieron sus espacios para convertirse en centros de acogida transitoria a la espera de que el estado asumiese sus competencias y acondicionase espacios públicos con los medios necesarios para una acogida humanitaria.

Vimos cómo hoteles y apartamentos turísticos que antes de cerrase por la pandemia estaban destinados a la principal actividad económica de nuestra tierra, el turismo, responsable de generar una gran parte del empleo y de la recaudación tributaria que sostenía una buena parte de nuestros servicios sociales básicos, se abrían para acoger migrantes sin recursos que llegaban de forma masiva en condiciones extremas de salud y pobreza.

No quiero ocultar que ha habido, y hay, sentimientos encontrados respecto a esta reacción solidaria de algunos operadores turísticos. Creo que nadie ha cuestionado que se pusiesen a disposición los recursos privados para suplir una lenta o mala reacción de los recursos públicos, pero a la vez que la medida, que nació para ser temporal y extraordinaria, se alargaba, empezaron las dudas:

a) Ha sido de verdad un acto solidario? O un negocio a costa de una necesidad?

b) Debemos poner en riesgo lo que genera la capacidad de ser solidarios para ser precisamente solidarios? Es decir, ¿debemos poner en riesgo la vida de la vaca sacando más leche de la que su salud se puede permitir? 

Es, sin duda, un debate interesante en el que yo opté por retirar del centro del debate a los migrantes, a los que entiendo que no debemos culpar de una mala o descoordinada gestión de la ayuda humanitaria a la que no solo estamos obligados, sino que también la sociedad está ampliamente convencida de que es lo que nos corresponde.

Creo que lo más importante de esta experiencia es que la sociedad reaccionó de forma positiva ante el drama humano que estábamos viviendo, que no fuimos capaces de soportar que esas personas durmiesen en un muelle, sin techo que los protegiese, que no nos acostumbramos a soportar una acogida que no respetaba la dignidad de las personas…

Podemos aplicar a esta experiencia, derivada de la pandemia, lo que dice el Papa Francisco refiriéndose a la Cuaresma: “nos llega como un momento providencial para cambiar ruta, para recuperar la capacidad de reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía. La Cuaresma se debe vivir como tiempo de conversión, de renovación personal y comunitaria a través del acercamiento a Dios y de la adhesión confiada al Evangelio". "De esta manera, sigue diciendo el Papa, también nos permite mirar con nuevos ojos a los hermanos y sus necesidades. Por ello la Cuaresma es un tiempo propicio para convertirse al amor al prójimo; un amor que sepa hacer propia la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, que «se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza»”. 

Pandemia, confinamiento, incertidumbre sanitaria y económica, y migración han sido, sin duda, experiencias duras, pero gracias a ellas yo he descubierto el lado bueno de muchas personas y la necesidad, como dice Lucas López SJ, “de unirnos por la vida, el cariño y el servicio”.

En este último año, he comprobado que el poder empresarial se puede convertir en servicio humilde, que el acopio de riqueza sirve para compartirlo con las personas necesitadas, y que la moderación es la actitud más útil y placentera a largo plazo.

También creo que durante todo este tiempo ha sido importante mantener viva la esperanza, aunque muchas veces nos costase transmitirlo. Muchas veces me han preguntado por qué doy un mensaje tan optimista, incluso me han dicho que tanto optimismo puede ofender a los que no encuentran una salida. Estoy convencido que el optimismo, acompañado de la sonrisa y el sentido del humor, como también dice el Papa Francisco, ayuda a los demás a que sean mejor y más felices.

La travesía por esta larga Cuaresma no ha terminado, pero parece que la campaña de vacunación marca su fin. Mi deseo, como el de muchos empresarios, es que todos lleguemos al otro lado de la orilla en las mejores condiciones posibles, y que los que lleguen con más fuerzas se hagan cargo de los que se han empobrecido o enfermado en la travesía para que juntos consigamos avanzar en la conversión hacia un mundo mejor, más humano y solidario.

 

Agustín Manrique de Lara

Presidente de la Confederación Canaria de Empresarios y del Círculo de Empresarios de Gran Canaria